Te despiertas por la mañana. Te preparas para un nuevo de día de trabajo en la Ecoaldea de Tenerife. Sales por la puerta y escuchas un “¡Buenos días!” a lo lejos. Sabes que lo ha dicho alguien autóctono de las islas por sus eses sibilantes. Te acercas al lugar de donde provenía la voz y lo confirmas. Ves a una chica sonriente subirse a la espalda de un chaval morenito con un piercing en la oreja. Le dice en portugués paulistano que la va a llevar de paseo como si fuera un caballo. Te quedas pensando un segundo en cómo, sin apenas entenderse el uno al otro, puede forjarse una relación de confianza tan cercana en un tiempo relativamente corto. Sigues pensándolo mientras pasa junto a tí un joven caboverdiano con una bandeja y se la da  a una agradable chica barcelonesa, que responde al gesto con una sonrisa sincera.

Vienen de todas partes, algunos ya estaban, otros son nuevos y quieren aprender, algunos repiten y ya saben cómo funciona todo, sin embargo siguen sonriendo a la vez. Cuando una chica gallega contesta con la famosa retranca de su tierra en su idioma natal, su compañera de bioconstrucción le pregunta qué le ha dicho, que no le ha entendido bien, y ella se lo repite en un español normativo y ambas se ríen como si el aire no les cupiera en los pulmones.

El idioma no es un problema, supones que cuando se quiere transmitir algo no importa que no se hable la misma lengua ni que, aun hablándola, no empleéis las mismas palabras para todo. Recuerdas que te quedaste un rato pensando, cuando aterrizaste en el aeropuerto y empezaste a escuchar a la gente pidiendo “papas” por todos lados “¡Qué religiosos son todos, cómo se nota que estoy en Santa Cruz!”. Era un chiste tan malo que cuando se lo contaste a la chica alemana a tu lado se le escapó un bufido mientras por su cabeza pasaba a toda velocidad “¡Y después hablan de nuestro humor!”.

Nadie tiene problemas a la hora de comer. En una entrevista con los responsables del taller de cocina habías preguntado sobre la relación con gente de tantos sitios distintos encerrados en una misma cocina. Cuando contestó el responsable canario dijo por lo bajo  en tono de humor“¡Los de la península me tienen avasallado!” mientras que la responsable gallega dijo, rotunda, que la relación era genial, que no había problemas a la hora de coordinarse y que definiría el taller como (palabras textuales, quitando risas por el medio) que era “¡Divertido, chachi, guay!”. Las cocineras junior a las que entrevistaste fueron igual de directas en sus respuestas. El habla canaria les pareció encantador y una cucada el hecho de que repitan tanto mi niño, aunque por otra parte, la otra cocinera opinó, divertida, que en su abecedario faltan letras. Una era catalana y, por curiosidad, le preguntó qué opinaba del catalán. Contestó algo que no llegaste a entender del todo…

Las entrevistas se fueron sucediendo, las opiniones fueron variando. Algunos almorzaban a la hora de desayunar, otros desayunaban a la hora de comer. Cada uno bebía con el verbo de su respectiva lengua, y otros aprovechaban para aprender unos nuevos. Discutían, pero siempre con curiosidad por saber lo que hacía que los otros no pensaran igual, se caían rendidos juntos a la sombra porque el sol los asaba, se echaban agua por encima juntos, porque todos sabían los cansados que llegaban al final del día. Se quejaban y sonreían y trabajaban juntos, porque todos habían venido al Campo de Verano dispuestos a dar lo mejor de sí mismos.

El objetivo de la Ecoaldea es la construcción sostenible empleando medios respetuosos con el medio ambiente, enseñando a jóvenes (y no tan jóvenes) como vivir en armonía con la naturaleza. Se nos enseña a construir casas con techos verdes, a cocinar platos que ni sabíamos que existían, se nos enseña a cuidar de la tierra, las plantas, los animales, a ver el mundo detrás de una cámara para difundir la belleza de éste. Se nos enseña (y aprendemos) a cuidarnos entre nosotros, incluso si algunos decimos “Hola” y otros dicen “Bis bald”, si no comemos las mismas carnes, si no nos reímos de la misma forma por las mismas cosas, si no tenemos los mismos árboles o el mismo tono de piel. Aquí  se nos enseña a construir relaciones humanas. No existe cosa más natural y más sostenible que una sonrisa, algo que todo el mundo, independientemente de dónde sea, puede entender.

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